sábado, 26 de febrero de 2011

Lista de equipos para la clase del lunes 28

Hola a todos: estos son los equipos para la próxima clase. Es necesario
que lleguen con la lectura de los capítulos que les corresponde en la
lista.  El texto de Aguirre está en la fotocopiadora y los de De eso que
llaman antropología mexicana.
Recuerden que pueden descargar De eso que llaman antropología mexicana aquí.
 
Alvarado Contreras Alfonso Warman y Aguirre Beltrán
Carrillo Bracamontes Laura  Warman y Aguirre Beltrán
Chuc Trejo Andrea  Warman y Aguirre Beltrán
Chulim Alamilla Laurie   Warman y Aguirre Beltrán
Encalada Gómez Juan  Warman y Aguirre Beltrán
Laura Ríos     Warman y Aguirre Beltrán
Esther Prieto Warman y Aguirre Beltrán
Estella Cetina Maritza Bonfil y Aguirre Beltrán
Franco Arjona Alexis  Bonfil y Aguirre Beltrán
Góngora Arjona Irving Bonfil y Aguirre Beltrán
Lara Guerrero Juan  Bonfil y Aguirre Beltrán
Marquecho Quijano Amra  Bonfil y Aguirre Beltrán
Medina Várguez Alma  Bonfil y Aguirre Beltrán
José Juárez Lemini Bonfil y Aguirre Beltrán
Laura Millarvelo Bonfil y Aguirre Beltrán
Muñoz Carrillo Jorge  Olivera y Aguirre Beltrán
Muñoz Novelo Antonio  Olivera y Aguirre Beltrán
Molina Gordillo Miguel Olivera y Aguirre Beltrán
Paredes Uc Miguel  Olivera y Aguirre Beltrán
Pool Zapata Victoria Olivera y Aguirre Beltrán
Puc Vazquez Jasset  Olivera y Aguirre Beltrán
Amelie Watt Oliveria y Aguirre Beltrán
Rodríguez Domínguez Nayelli  Valencia y Aguirre Beltrán
Rosado Góngora María José  Valencia y Aguirre Beltrán
Rubio Perera Raúl  Valencia y Aguirre Beltrán
Sánchez Ac Ana Gabriela Valencia y Aguirre Beltrán
Sánchez Sansores Marco Valencia y Aguirre Beltrán
Kimberly Gavlas Valencia y Aguirre Beltrán
Sánchez Vega AnaKaren Nolasco y Aguirre Beltrán
Silveira Acosta Ricardo  Nolasco y Aguirre Beltrán
Tun Chuil Karen Aurora  Nolasco y Aguirre Beltrán
Uicab Chan Suleymy  Nolasco y Aguirre Beltrán
Villalobos Rodríguez Lili  Nolasco y Aguirre Beltrán
Zozaya Brown Aida  Nolasco y Aguirre Beltrán
Nuria Prieta Nolasco y Aguirre Beltrán
 

jueves, 24 de febrero de 2011

Bibliotecas

Hola a todos
Como un recurso más de estudio, hemos subido al blog una lista de enlaces con páginas de bibliotecas que tienen material de ciencias sociales en la ciudad. No todas las bibliotecas tienen una página web propia. En algunos casos, se puso únicamente la página general de la institución de la que depende la biblioteca. Ojalá puedan revisarlas, para saber qué bibliotecas hay, dónde se ubican, sus horarios e incluso el material que tienen. Eventualmente subiremos más direcciones de bibliotecas.

lunes, 21 de febrero de 2011

Referencias de la sesión del lunes 21

Está bien, "la" referencia. El libro de Elena Poniatowska sobre el 68 es La noche de Tlatelolco.
Pueden descargar un pdf del libro aquí.

De eso que llaman antropología mexicana

Ya está arriba el libro completo De eso que llaman antropología mexicana. El comentario de Aguirre Beltrán sobre el libro no lo tenemos en versión digital. Lo buscaremos y en dado caso lo subimos. De cualquier forma, está disponible en la biblioteca.
Saludos.

Pueden descargar el libro aquí.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Referencias de la clase del lunes 14



Los trabajos de Bronislaw Malinowski sobre el contacto cultural en África son: Methods of Study of Culture Contact in Africa (1938) y The Dynamics of Culture Change (1945). Por mucho tiempo, el trabajo de Malinowski con Julio de la Fuente sobre los mercados de Oaxaca permaneció inédito, pero en el 2005 la Universidad Iberoamericana junto con el Instituto Nacional de Antropología e Historia lo editaron de forma que es más fácil de conseguir. El título es La economía de un sistema de mercados en México. Un ensayo de etnografía contemporánea y cambio social en un valle mexicano.

Sobre Julio de la Fuente pueden consultar la obra colectiva que le rinde tributo: Pensamiento antropológico e indigenista de Julio de la Fuente (editado por el Instituto Nacional Indigenista), el cual incluye el trabajo de Laura Collin sobre las distintas etapas de la obra de De la Fuente.

El tema del etnocentrismo de las comunidades indígenas lo aborda De la Fuente en varios ensayos. Además de los consultados para la clase, puede resultar ilustrativo “Los adolescentes en las sociedades rurales”. El trabajo en el que De la Fuente subraya la particularidad “aplicada” de la antropología mexicana y la contribución fundamental de Gamio sobre el tema se titula “Antropología aplicada”. La influencia de la teoría del cambio sociocultural de Redfield en De la Fuente se aprecia claramente en el ensayo “Los programas de cambio dirigido”, así como en su clásica etnografía Yalalag. Los tres ensayos referidos de De la Fuente vienen en su libro Educación, antropología y desarrollo de la comunidad (editado por el INI y Conaculta).

La obra de Melville Herskovits en donde trabaja los conceptos de “endoculturación”, “aculturación” y “relativismo cultural” es El hombre y sus obras, editado por el Fondo de Cultura Económica. El trabajo de Alfred Kroeber sobre lo “superorgánico” se titula justo “Lo superorgánico” y viene en la compilación de J.S. Kahn, El concepto de cultura, editado por Anagrama. En cuanto a la antropología social británica, la crítica al concepto de cultura y la defensa al de estructura social, pueden ver de A.R. Radcliffe-Brown, “Estructura social”, incluido en Estructura y función en la sociedad primitiva.

El estudiante de Herskovits que también fue etnomusicólogo es Alan Lomax, quien junto con su padre John Lomax, grabó a varios músicos ahora famosos de blues y folk (entre ellos a Leadbelly y Woody Guthrie)

Los principales trabajos de Gonzalo Aguirre Beltrán a los que se hizo referencia son, además de Regiones de refugio: Formas de gobierno indígena, El proceso de aculturación (ambos editados por el FCE), “Un postulado de política indigenista” (incluido en Obra polémica, editado por el FCE) y “Formación de una teoría y una práctica indigenistas”, el cual viene en el libro INI 40 años.

El trabajo de Juan Luis Sariego sobre el indigenismo en Chihuahua, en el que presenta una crítica al modelo de regiones de refugio, es El indigenismo en la Tarahumara. Identidad, comunidad, relaciones interétnicas y desarrollo en la Sierra de Chihuahua, editado por el INI, el INAH y Conaculta en el 2002. Es un libro que sin duda vale la pena consultar.

El libro de Luis Reygadas sobre desigualdad en América Latina en donde se aborda la dialéctica entre equidad e inequidad es La apropiación. Destejiendo las redes de la desigualdad, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana y Anthropos en el 2008. Pueden encontrar un resumen del libro aquí.

Saludos cordiales

lunes, 14 de febrero de 2011

Para el primer examen parcial de antropología mexicana

Como acordamos, aquí van algunos puntos que deben de tener claros para el primer examen parcial:

La visión del indio presente en los distintos momentos del indigenismo en México y de los autores vistos en clase.


·        Las influencias que ejercieron antropólogos extranjeros en la antropología mexicana de la primera mitad del siglo XX.

·         Los fundamentos teóricos y políticos del indigenismo de mediados del siglo XX

martes, 8 de febrero de 2011

La mirada de Durkheim

Hola a todos
Subimos un interesante artículo de Ariel Rodríguez Kuri, historiador del Colegio de México, que se relaciona con los temas que veremos en la siguiente clase. Pueden acceder a él aquí, o bien, leerlo abajo.



La mirada de Durkheim
Ariel Rodríguez Kuri 

En México, el 80% de la población cree pertenecer a la clase media. Sin embargo, sostiene el autor de este ensayo, una serie de factores económicos, pero sobre todo políticos, convierten esta idea en poco más que un espejismo
mirada
Federico Reyes Heroles ha planteado una pregunta básica: ¿Por qué 80% de la población mexicana se concibe como de clase media (“Ser y creerse”, nexos, mayo 2010)? ¿Por qué la sociedad mexicana —agrego— se representa como fundada en y estructurada por las clases medias? Desde el punto de vista de la información sociodemográfica y económica disponible, esa imagen es un acto de optimismo. La gran paradoja, sin embargo, y según las propias percepciones y juicios de las enormes masas clasemedieras, es que nuestra sociedad está lejos de cualquier óptimo en su funcionamiento, sobre todo en esa zona altamente problemática donde se relacionan los ciudadanos con la autoridad política.

Una hipótesis: cuando un segmento considerable de la sociedad se asume como integrante de la clase media, y en una proporción que no se ajusta a indicadores “objetivos” de ingreso, tipo de empleo o escolaridad, estamos ante lo que podríamos llamar la universalización ideológica de una identidad. Contra lo que algunos piensan, éste es un problema y no una solución. Es un problema debido a tres razones:

1. Porque ciertos valores y hábitos políticos atribuidos a las clases medias se han universalizado, sin que exista constancia de que sean valores y hábitos democráticos.

2. Porque la agenda de opinión, reflexión e investigación, de un lado, y los proyectos de reforma política, del otro, han quedado entrampados en la lógica del ciudadano de clase media como horizonte casi único para construir explicaciones y alternativas políticas viables y fructíferas.

3. La universalización de valores de las clases medias y la difusión del credo del ciudadano sin adjetivos han creado una jaula de hierro en la cual la ilusión de homogeneidad se impone sobre la diferencia y el conflicto, es decir, la ilusión de unanimidad derrota a la política.

Para escapar de la jaula nos falta eso que podríamos llamar la mirada de Durkheim, es decir, la posibilidad de explorar intelectualmente y de proponer políticamente la refundación de la sociedad política apoyada no en una sino en dos grandes columnas: ciudadanos que votan y opinan, de un lado, y cuerpos intermedios (“corporaciones reformadas”, las llamó Durkheim) que den sentido y racionalicen la interlocución política, del otro.

El mito de las clases medias nos asfixia y esteriliza. No es difícil saber por qué. Las clases medias se representan como ciudadanos atomizados, orgullosamente individualizados. De manera paradójica, la separación es una seña de identidad. En los hechos hacen patria no mucho más allá del semicírculo televisivo y tienen relaciones intermitentes y paranoicas con el resto de la sociedad. El mito de las clases medias sublima y racionaliza el fenómeno de la desorganización social: lo presenta como virtud. Se oculta así el pecado y la pérdida: el ocaso, la muerte hace tiempo anunciada, del hombre público.

En otras palabras, que 80% de los ciudadanos se conciba como adscrito a algún sector de las clases medias (y el porcentaje podría ser menor y no importaría gran cosa) es un síndrome. Éste se desdobla en dos grandes cadenas de síntomas, que llamaré aquí los fenómenos complementarios de la apoliticidad radical y de la anomia.


De la apoliticidad

En realidad es una idea nada original explicar el desarrollo democrático mexicano como una consecuencia de la implantación y crecimiento de las clases medias. Es una vieja deuda que tenemos con algunos doctrinarios del liberalismo decimonónico, quienes asociaban la ciudadanía con la propiedad o, en todo caso, con la educación y el ingreso. Pero tal legado es hoy anacrónico. En nuestro imaginario mexicano contemporáneo, y seguramente debido al antipriismo gestado en las décadas del autoritarismo, confundimos la formación y perfeccionamiento de la ciudadanía política (siempre deseable y siempre incompleta) con el proceso de individuación salvaje, que entorpece y paraliza la vida política. En México el 80% es víctima de una operación ideológica según la cual el buen ciudadano debe estar —para serlo de verdad— cercenado, separado, enajenado de toda modalidad de organización gremial, profesional, territorial o ideológica.

Invirtamos los términos de la discusión. Planteemos que ciertos elementos de la cultura política de las clases medias han sido lastres más que catalizadores de la sinuosa y abigarrada transición a la democracia. Se supone que en México las clases medias votan y lo hacen en libertad y con ciertas garantías. Sin embargo, éste es un hecho relativamente nuevo; para cualquier efecto práctico la primera legislación electoral que puso en juego el poder fue la que reguló las elecciones federales de 1997. Sabemos que suceden cosas. La evidencia muestra que el Distrito Federal presentaba hasta las elecciones federales de 1970 (inclusive) un mayor porcentaje de abstencionistas que el resto de la República; sólo después de aquel año el Distrito Federal votó más que el resto del país.1 Ciertamente, la capital nacional no ha sido el único territorio de las clases medias pero sí uno de sus espacios privilegiados.

Pero el asunto clave no es sólo si las clases medias votan sino qué hacen con su vida pública cuando no es día de ir a votar. En otras palabras, importan asimismo las prácticas que anteceden y suceden al acto de votar, es decir, las formas de organización y militancia más o menos permanentes o en todo caso extendidas en el tiempo y cuyos fines son la defensa y promoción de los intereses de clase, gremiales, vecinales, ideológicos, etcétera.

Las perspectivas no son halagüeñas. Un hallazgo frecuente de los estudios de opinión es el amplio rechazo de los ciudadanos —ésos que hasta en un 80% se consideran de clase media— hacia los partidos políticos, los sindicatos y prácticamente a cualquier forma de organización política y social que les recuerde el mundo maravilloso del corporativismo, con sus líderes, sus vocabularios, sus acarreados y sus corruptelas. Aunque es todavía más una intuición que otra cosa, parece haber indicios de que las clases medias huyen como de la peste de la posibilidad de ejercer (o reconocer en otros) el derecho a la organización horizontal, entre iguales. Por eso las convicciones libertarias de las clases medias deben tomarse con una pizca de sal. Las clases medias no sólo rechazan lo que dicen rechazar (los partidos, los sindicatos, las asociaciones vecinales, las manifestaciones callejeras) sino que objetan ideológicamente las culturas políticas de eso que Max Weber llamó las proclividades a la autocefalia de las comunidades. Es probable que la atomización pase como un valor positivo entre las clases medias. No es un problema. Piensan que para no tener jaqueca lo mejor es no tener cabeza.

Esos conglomerados sociales que se autodefinen como de clase media miran el universo de las organizaciones sociales como el territorio maldito de los otros —de los que no son libres, de los que pagan cuotas que serán robadas, de los acarreados; en fin, el territorio de todos aquellos que tienen líderes que son idénticos a su estereotipo. La autodefinición tumultuaria de las clases medias es obsesivamente un deslinde cultural y fenotípico respecto al pueblo corporativizado. Las consecuencias de esta deserción, basada en argumentos culturales, emocionales y raciales son enormes. Pero quizá la principal secuela es que las clases medias quedan en la indefensión política y su voz pública se apaga con rapidez. Todo acaba, además, en una relación perversa con la autoridad política, convenientemente alimentada por los medios como parte de su marketing: las clases medias votan presidentes de la República y luego los odian como al Anticristo.
Para algo sirven los clásicos modernos. Escribió Durkheim en De la división del trabajo social:

Una sociedad que está compuesta por infinitos individuos desorganizados, que un Estado hipertrofiado se esfuerza por abarcar y retener, constituye una verdadera monstruosidad sociológica; el Estado está demasiado lejos de los individuos, y tiene con ellos relaciones demasiado exteriores e intermitentes como para que sea posible penetrar muy profundamente en las conciencias individuales y socializarlas internamente [...] La ausencia de toda institución corporativa crea en un pueblo [...] un vacío cuya importancia es difícil exagerar.2

Lo que hace más de 100 años era un diagnóstico sobre la desarticulación de las infraestructuras sociales básicas de la sociedad industrial, en el caso mexicano contemporáneo es una pista y quizá en un programa para identificar el vaciamiento de la política. Si Durkheim quiso sustentar un proyecto de revitalización de los cuerpos intermedios, de la “institución corporativa” como la llamó, en México pretendemos destruirla, con la bendición de muchos economistas y politólogos obsesionados por los “costos de transacción”. Pero el Estado por sí mismo, escribió Durkheim, fracasará si intenta suplir las funciones que, en cambio, debe cumplir la corporación reformada. La vida moderna, y “la vida económica” en particular, es “demasiado vasta, demasiado compleja, demasiado extendida, para que el [Estado pueda] vigilarla y ordenar útilmente su funcionamiento”. El Estado requiere de las corporaciones para superar el “carácter amoral” de la experiencia moderna.3 Lo amoral, aquí, es otra cosa: un coctel de ineficiencia, frustración y ansiedad que entorpece e inhabilita la vida republicana y democrática.

En Durkheim el concepto de Estado no denota una forma específica de organización gubernamental sino propiamente la naturaleza de la sociedad política; ésta será polisegmental,4 es decir, existirá como un sistema de comunidades, agrupaciones o agregados de individuos. Durkheim, un republicano en una Francia no toda a salvo del revival imperial o al menos monárquico de aquel fin de siglo, daba por hecho la democracia. Nosotros debemos ser más precavidos. Quizá nuestra vida pública debe ser definida en sus dos dimensiones, superpuestas y complementarias. Una cosa es la idea, justa y precisa y absolutamente necesaria, de que un ciudadano es un voto emitido en libertad. Otra, que en los interregnos, en la vida cotidiana de la política, las apelaciones al y desde el Estado se instrumenten usufructuando o privilegiando el orden polisegmental de los muchos cuerpos, de los muchos intereses organizados y contradictorios, que Durkheim identificaba como las claves del orden corporativo moderno. Naturalmente, hay aquí una petición de principio: el orden corporativo (“la corporación reformada”, la llamó) es parte del orden democrático porque es una de las condiciones necesarias para la administración del conflicto.

El conflicto, palabra maldita entre nosotros. La importancia estratégica de los cuerpos intermedios es doble; de un lado dan sustento cotidiano a la democracia, al facilitar la interlocución política o, lo que es lo mismo, al hacer visibles y copartícipes de un mismo vocabulario a los actores de la política democrática. De otra suerte, son objeto y vehículo de la reforma social. Pero todo lo anterior supone conflicto. En democracias más añejas o más seguras de sus fortalezas se asume que el consenso surge del conflicto, y que es mejor que éste sea explícito y asumido por las partes —y las partes son actores organizados, con conciencia de sí. Bien a bien no sabemos qué tan extendidas y qué tan eficientes son las culturas políticas proclives a la organización y reforzamiento de los cuerpos intermedios. Pero lo que sí sabemos es que su mundo material y sus culturas específicas se han convertido en el basurero de la historia de los analistas políticos, los comentaristas financieros, los adictos a las reformas estructurales y los fundamentalistas de la ciudadanización del mundo.

Insisto: ¿por qué no pensar el mundo de otra forma? En México no necesitamos menos corporaciones; requerimos más y mejores corporaciones, es decir, más y mejores sindicatos de trabajadores, y más asociaciones de profesionistas, y mejores cámaras empresariales, y más organizaciones de vecinos, y mejores grupos estructurados y dispuestos a la pugna ideológica, a la resistencia y al ataque, esto es, a la pequeña y gran política en la esfera pública. Tenemos dos grandes realidades que debemos acercar, hacer compatibles y perpetuar. Está la democracia política estricta, en los modos republicanos, ésa que se hace con los ciudadanos cuando votan, son votados, opinan y se manifiestan. Están además los trabajos y los días de los ciudadanos y sus organizaciones, que responden a intereses gremiales, de clase, de propiedad o ideológicos. Ni más ni menos: representar, promover y defender intereses es el objeto de las “corporaciones”, de los “cuerpos intermedios”. ¿Hay pecado en esto? Lo hay, pero por omisión o insuficiencia. Una parte de los llamados poderes fácticos son justamente las corporaciones, los cuerpos intermedios, que están libres de regulación o son normados por leyes obsoletas o injustas, que premian el monopolio y el privilegio.

La libertad supone el derecho de los ciudadanos de crear cuerpos, uniones, entidades. El ciudadano libre y la corporación reformada son, ambos, condiciones de posibilidad de la política. Hay más: como extremos de un gran arco se regulan mutuamente, se vigilan, se corrigen. Reglas claras y justas de competencia electoral (un ciudadano, un voto) suelen permitir el castigo a los excesos de las corporaciones, sobre todo cuando éstas confunden el bien público con sus intereses particulares. La negociación, la puja, la resistencia y el contraataque desde los cuerpos intermedios suelen dar a los gobernantes y a los free raiders principio de realidad y, sobre todo, imponer límites a las nuevas ingenierías sociales, a los utopismos descarnados, al apresuramiento (o a la pachorra) de los gobernantes.


De la anomias

Nuestras clases medias —80% de todos nosotros— son anómicas por tres razones: por su débil proclividad a la organización, porque desdeñar a los que sí están organizados en su lucha de clases y porque son adictas a la “pasión de infinito” (Durkheim). En una lectura radical la anomia es la no-política, esto es, la invisibilidad de los actores, la imposibilidad de la interlocución, la Torre de Babel pletórica de gritos y de gesticulaciones pero sin códigos ni reglas. ¿Suena familiar? La anomia es una “desmesura sociológica” porque es un escenario extremo, pero siempre posible. En la teoría, la relación sin mediaciones Estado-individuo acabará por agotar la política hasta el grado de un conflicto que coloque a toda la cultura en sus límites.
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Sin política hay silencio y estridencia. En escenarios anómicos los ciudadanos no hablan, no actúan, no al menos para lo que importa: para promover intereses y reclamar afrentas con modos y lenguajes entendibles para los otros. Que en México los happy few tengan derecho de picaporte en Los Pinos no importa; pero faltan los demás, aquellos que serán atendidos sólo en el caso de que las siglas que los convocan y organizan sean reconocibles, es decir, sólo aquellos que son políticamente relevantes. La vida exige siglas y membretes (y buena parte del 80% jamás aceptará esta triste y pedestre realidad de la política). Porque siglas y membretes dan rostro político y significación (número de agremiados, peso específico, eficacia en la comunicación) a los ciudadanos de otra manera irrelevantes. Lo que resiste apoya, decía Jesús Reyes Heroles; lo que se ve se atiende y resuelve. Si la sociología de Durkheim fue un esfuerzo intelectual sin precedente para construir el objeto de la política lo fue porque justo planteó que la política es un ejercicio de visibilidad, contacto y rivalidad.5

En México las clases medias están imbuidas de “pasión de infinito”. Que hasta 80% de los ciudadanos se reconozcan como de clase media indica que la ambición desborda toda objetividad en el autorreconocimiento. Es la expectativa familiar del homo economicus, quien actuando sólo en su beneficio acaba por contribuir al bien común. Su esfuerzo egoísta redunda para sí mismo y por esa vía beneficia a la colectividad. Que un ciudadano imagine estar bien situado en la escala social, aunque en realidad no lo esté, sugiere que quiere estarlo. 80% es nuestro horizonte de optimismo. Buena noticia.

La mala noticia es la misma. La pasión de infinito abre la puerta a un sinnúmero de excesos, de borracheras de expectativas, tanto en la política como en la economía y en la “moral social” (Durkheim, otra vez). La pasión de infinito es más que una aproximación psicológica a los hombres y las mujeres. Se trata en realidad de una caracterización sociocultural porque nos coloca en el plano no sólo de las expectativas de época sino de las pulsiones. La pasión de infinito es el desbordamiento de los deseos, ese momento en que los hombres “se exigen más de lo que se les puede conceder [y] estarán contrariados sin cesar y no podrán funcionar sin dolor”; su sensibilidad “es un abismo sin fondo” y puesto que nada “los limita, sobrepasan siempre e indefinidamente a los medios de que disponen”. Los deseos en los hombres son como una “sed inextinguible”, esto es, “un suplicio perpetuamente renovado”. “Lo que el hombre tiene de característico es que el freno al que está sometido no es físico, sino moral, es decir, social”.6

Aunque la tradición es mucho más antigua, con la llegada del capitalismo salvaje del último cuarto de siglo la sociedad mexicana parece haber escuchado y asimilado el famoso “enriqueceos” de Lenin a los kulakes. Si no todos se enriquecen al menos muchos lo intentan, y de todas las maneras imaginables. Empresas formales, sí, pero también proliferación de aventuras en el borde de la legalidad fiscal, laboral o urbana. En ese 80% hay miles de ciudadanos que quieren ser empresarios a cualquier costa, pero una vez más la representación es más poderosa que los datos objetivos. Son empresarios porque son propietarios y no tienen jefe, aunque no tengan local ni capital ni tecnología y quizá ni mercado. No obstante, la mistificación, la transubstanciación de las clases medias en utopía, no permite a casi nadie hacer la pregunta más obvia: ¿vale la pena ser un “pyme” sin futuro y no un trabajador o empleado satisfecho de su carrera, dignamente pagado, y más o menos satisfecho con su vida en la empresa y el sindicato?
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Esta pregunta, me temo, es el inicio de una narrativa de mal gusto entre nosotros. La changarrización de la economía, promovida de palabra y de obra por los últimos cuatro o cinco gobiernos nacionales, ha contribuido a convertir el alma del ciudadano mexicano en un manojo de confusiones políticas e ideológicas. Contra el espejismo exultante del 80% uno podría decir que las posibilidades de desarrollo personal, la productividad global de la economía y el ingreso están, todos, a la baja. Autoempleo, empleo informal y clases medias como artilugio ideológico y como compensación emocional, al alza. “Así fue y así nos fue” escribió hace más de una década Gabriel Zaid para criticar el manejo económico, torpe y discrecional desde Los Pinos. “Así fue y así nos fue” podemos repetir con lo micro, lo pequeño y el sueño de las clases medias: ni más economía, ni más bienestar, ni más paz social.

Desear es legítimo y necesario (aunque con frecuencia es doloroso, pero esa es otra historia). Todos sabemos que Durkheim fue un crítico del liberalismo económico del 1900, pero jamás fue, como tantos otros de sus contemporáneos, ni antiliberal ni antimodernista. Eso sí, sostuvo que la dinámica de la economía no sólo no ordenaba el funcionamiento general de la sociedad, sino que era su principal elemento de inestabilidad.7 Viejo tema que con frecuencia olvidamos cuando tratamos de identificar las fuentes de nuestra angustia contemporánea. No debería resultar extraño que la discusión de la anomia como pasión de infinito se relanzara en el mundo anglosajón a mediados de la década de 1980, es decir, cuando la gran ofensiva neoconservadora contra el mundo tal como había estado organizado según las reglas del New Deal y el Estado benefactor europeo de la segunda posguerra (ambos, grandes pactos corporativos en el seno de sociedades democráticas). Algunos autores se preguntaron entonces por las consecuencias del otro “enriqueceos”, ahora de Thatcher y Reagan y Salinas de Gortari. Una versión sólo externa a las subjetividades, al alma de los ciudadanos ochenteros, simplificaba el problema en exceso y dejaba de lado la dimensión más profundamente moral y cultural del fenómeno.8

Acompañando al “enriqueceos” no llegó el “comportaos”, ni a Los Pinos ni a Wall Street pero tampoco a la Del Valle de Monterrey o de la ciudad de México. Quizá porque la anomia no es sólo la ausencia de normas ni el reconocimiento de que el deseo no tiene fin. Es otra cosa más importante, el reconocimiento de una contradicción irresoluble: que en la sociedad están vigentes valores y normas que son contradictorias y con frecuencia incompatibles entre sí. Por eso en una nueva moral social (a la Durkheim, se entiende) las conductas desviantes son más o menos irrelevantes. El peligro que nos acecha es el conflicto entre los “normales” y no el que viene de los márgenes. Estamos en peligro por reglas ineficientes o anacrónicas o carentes de un anclaje político-institucional adecuado.9

Desear es correcto, justo y necesario —sólo así cambia el mundo—; reconocer los límites del deseo, también —sólo de esa manera el deseo no se convierte en arma mortal. Este escenario exige el regreso de la política en toda su plenitud, llamada ahora y como siempre a cumplir la función sagrada de actuar como la gran reguladora y administradora del conflicto —al contrario de la versión bárbara, hegemónica en México y predilecta de tantos, según la cual la política estaría llamada a suprimir el conflicto. Pero sin conflicto la sociedad se convertiría en una identidad absoluta, es decir, en un infierno de violencia. Es hora de desagregar, separar y hacer arte combinatoria con las piezas del rompecabezas nuestro. Que cada quien reconozca sus intereses, los nombre, los defienda y los promueva. La unanimidad (todos somos mexicanos, todos somos clase media, todos somos mestizos) es una ideología.

Ariel Rodríguez Kuri. Historiador. Profesor-investigador de El Colegio de México. Su más reciente libro es Historia del desasosiego. La revolución en la ciudad de México 1911-1922.

1 Jacqueline Peschard, “Las elecciones en el Distrito Federal (1946-1970)”, en Revista Mexicana de Sociología, vol. 50, núm. 3, julio-septiembre, 1988, pp. 229-246.
2 De la división del trabajo social, Editorial Schapire, Buenos Aires, s/f, p. 28.
3 Ver Lecciones de sociología. Física de las costumbres y del derecho, traducción de David Maldavsky, Editorial Schapire, Buenos Aires, 1974, p. 39, y El suicidio, traducción de Óscar Uribe Villegas, introducción de Mariano Ruiz Funes, UNAM, México, 1974, pp. 348-349.
4 Lecciones…, pp. 46, 48 y 49.
5 Ver, por ejemplo, a Bernard Lacroix, Durkheim y lo político, FCE, México, p. 239 y ss., esp. 241.
6 El suicidio, pp. 337-339, 345.
7 El suicidio, pp. 346 ss., y Lecciones de sociología, passim.
8 Stjepan G. Mestrovic y Hélèn M. Brown han abierto el camino en ese sentido; ver su artículo “Durkheim’s concept of anomie as déreglèment”, Social Problems, vol. 33 (2), diciembre 1985.
9 Stjepan G. Mestrovic, “Durkheim’s concept of anomie considered as a total social fact”, The British Journal of Sociology, vol. XXXVIII (4), pp. 573 ss.

Para la clase del lunes 14

Hola a todos

Para la siguiente clase es conveniente que, además de realizar las lecturas detenidas de los textos de Julio de la Fuente y Gonzalo Aguirre Beltrán, investiguen sobre las siguientes preguntas (pueden echar mano de sus apuntes de bachillerato o revisar otras fuentes).

¿Qué es el Estado de bienestar?

¿Qué es la sustitución de importaciones?

¿Qué es el “desarrollo estabilizador”?

¿Qué es el “milagro económico”/“milagro mexicano”?

También recomendamos que investiguen sobre los conceptos de “aculturación”, “casta” y “clase”. Un buen lugar para comenzar es el Diccionario de Antropología editado por Thomas Barfield, disponible en la sección de consulta de la biblioteca del campus.

Saludos cordiales,

Eugenia y Rodrigo

jueves, 3 de febrero de 2011

Referencias de la clase del lunes 31


Hola a todos.
Van las referencias de la sesión pasada.

Sobre el silenciamiento de las antropologías generadas en el Sur, pueden ver el artículo de Esteban Krotz, “La producción de la antropología en el Sur: características, perspectivas, interrogantes”. Pueden descargar el artículo aquí. Del mismo Krotz pueden ver “La antropología mexicana y su búsqueda permanente de identidad” en donde trabaja la relación entre la identidad de la antropología mexicana y la construcción de la identidad nacional en México. Este artículo viene en un interesante libro coordinado por Gustavo Lins Ribeiro y Arturo Escobar titulado Antropologías del mundo. Transformaciones disciplinarias dentro de sistemas de poder, en el que se aborda la práctica de la antropología en diversas partes del mundo y sus relaciones con las antropologías hegemónicas y sus respectivos contextos nacionales. Pueden descargar el libro completo aquí

Sobre la invisibilización de las mujeres en la ciencia y particularmente en la antropología mexicana se puede consultar un artículo de Mechthild Rutsch, “Isabel Ramírez Castañeda (1881-1943): una antihistoria de los inicios de la antropología mexicana”, que pueden descargar aquí.
Quienes se interesen en seguir explorando el tema de las mujeres en la ciencia puede resultar ilustrador un libro de Donna Haraway con un título muy curioso, Modest_witness@Second_millenium.FemaleMan©Meets_OncoMouse™: Feminism and Technoscience, en donde analiza y crítica algunas dicotomías presentes en la filosofía cartesiana que justifican la desigualdad de género. Bajo dichas dicotomías, las mujeres responderían más a las pasiones y a su cuerpo, mientras que los hombres a la razón y al intelecto, por lo tanto, sólo los estos pueden ser “testigos” de experimentos científicos y ejercer la ciencia. En el mismo tenor, se puede revisar el fascinante libro de Thomas Laqueur La construcción del sexo, donde estudia cómo históricamente se creía que existía un solo sexo y que la mujer era una especie de hombre malformado: no había desarrollado bien su pene por falta de calor en el proceso de gestación del embrión. Opinión hegemónica hasta bien entrado el siglo XIX. Pero a partir de la teoría de los calores se justificaba que las mujeres debían permanecer en el ámbito privado y los hombres podían insertarse en el público.

El libro de Agustín Basave sobre la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez es: México mestizo: análisis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez.

La idea de dos principales momentos en el proceso de institucionalización de la antropología mexicana (el primero en el Museo Nacional, el segundo durante el cardenismo) se encuentra en un texto de Andrés Medina, “Entre el fundamentalismo y la identidad nacional. Los primeros años de la antropología mexicana contemporánea: 1934-1945” (es una ponencia, pero está disponible en las memorias del congreso). Quien quiera seguir explorando sobre la antropología mexicana de corte marxista durante el cardenismo puede revisar “La práctica de la antropología social durante el cardenismo” de Luis Vázquez León, publicado en Cuicuilco, núm. 5.

Con respecto a la quema del traje tradicional entre los mames como una estrategia de integración y negación de la identidad étnica pueden ver el libro de Aída Hernández, La otra frontera: identidades múltiples en el Chiapas poscolonial. Por lo demás, la etnografía está escrita de una manera bastante propositiva.

La magna obra de Eric Wolf en donde muestra que ninguna de las sociedades y culturas estudiadas por los antropólogos se encuentra aislada y que, por el contrario, deben estudiarse siempre en sus interrelaciones e interdependencias con un sistema mundial, es Europa y la gente sin historia. Desde un registro teórico distinto, Max Gluckman ha argumentado en varios lugares cómo las sociedades “simples” que los antropólogos estudian no se tratan de formas “naturales” u “originarias” de organización social, provenientes desde los orígenes de la humanidad, sino que muchas veces fueron formas mucho más “complejas” o centralizadas en el pasado, tal como el caso de los zulú que él estudia (una buena muestra es su “The Kingdom of the Zulu of South Africa”, incluido en el African Political Systems de Evans-Pritchard y Meyer Fortes).

La denuncia al Instituto Lingüístico de Verano por parte de un sector de los antropólogos mexicanos la pueden encontrar en el libro Dominación ideológica y ciencia social el I.L.V. en México : declaración José Carlos Mariátegui del Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, A.C.

El libro de Philip Bourgoise en donde reflexiona sobre su propio cuerpo como una herramienta metodológica es In Search of Respect. Selling Crack in El Barrio.