miércoles, 9 de marzo de 2011

Notas sobre De eso que llaman antropología mexicana

Hola a todos
No he tenido tiempo para redactar un texto, así que les paso las notas sobre De eso que llaman antropología mexicana en el mismo formato que las comenté. Espero sean de su interés.

Y a propósito del texto de Arturo Warman, recordemos el célebre séptimo mandamiento de la granja de Orwell, modificado ya por los cerdos: "Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros".
Saludos.
Rodrigo

Algunas reflexiones sobre De eso que llaman antropología mexicana (o qué pasa con nuestra antropología crítica, o a qué le seguimos llamando “antropología mexicana”)
Rodrigo A. Llanes
Versión 1: 26 de febrero de 2011

En un sugerente ensayo en donde evalúa de manera prospectiva los rumbos recientes de nuestra antropología sociocultural, Luis Vázquez León lamenta que la tradición de antropología crítica en el país (iniciada por Andrés Molina Enríquez y después impulsada por Ángel Palerm, Arturo Warman, Guillermo Bonfil y compañía) no goce hoy de continuidad.[1] Tras leer de nuevo De eso que llaman antropología mexicana —el “manifiesto” de los antropólogos críticos a decir de Andrés Medina[2]—, no puedo dejar de preguntarme por la importancia de algunas de las ideas y propuestas de la antropología crítica de los setenta, así como su pertinencia en la actualidad. A continuación presento unas breves reflexiones al respecto.

1
Una de las primeras preocupaciones que encontramos en el libro se ubica en el campo de la sociología del conocimiento, de la historia de la ciencia, o bien, de la antropología de la antropología. Tiene que ver con los factores sociales, culturales, políticos, económicos e históricos que condicionan el desarrollo de la antropología en México. Me parece que destacan tres aspectos: primero, la tesis de que la antropología en México ha estado al servicio del poder, de que ha sido la ciencia “para el desempeño del buen gobierno”, según el célebre dictum de Manuel Gamio[3]; esto se aprecia de manera muy clara, aunque un tanto maniquea, en el texto de apertura firmado por Arturo Warman. Segundo: la antropología en México ha estado marcada por una pesada institucionalidad, tanto indigenista (INI) como patrimonialista (INAH), que la ha limitado temática, teórica y profesionalmente, como bien lo ilustra Mercedes Olivera. Tercero, el momento de cambio en las ciencias sociales latinoamericanas, que se puede percibir desde la década de los sesenta del siglo XX, no se entiende únicamente por una dinámica “interna” de la propia ciencia, sino que responde en buena medida a los procesos de cambio revolucionarios que estaban ocurriendo en el momento, así como a las diversas crisis políticas, económicas y sociales. El texto de Guillermo Bonfil da buena cuenta de ello.
            Desde luego, los tres aspectos señalados están íntimamente relacionados: la fuerte carga institucional de la antropología mexicana es ciertamente la institucionalidad gubernamental del poder, y las crisis y movimientos revolucionarios son procesos de crítica o reacción ante el poder. Al presentar estas reflexiones, De eso que llaman antropología mexicana incita e invita a una reflexividad meta-antropológica, a hacer una antropología de la misma antropología, como lo propone Olivera.
Pero quedan preguntas pendientes: ¿ante qué poderes nos enfrentamos en la actualidad?, ¿cuáles están condicionando la práctica antropológica actual? Si bien la institucionalidad indigenista y patrimonialista ya no juegan un papel tan definitorio en nuestra práctica profesional, sí podemos preguntarnos cómo la institucionalidad académica está impactando en nuestra antropología: ¿cómo las políticas y programas de ciencia y tecnología y sus sistemas de evaluación colegiada e individual están afectando nuestra práctica?, ¿cómo estamos respondiendo a ellas?, ¿somos lo suficientemente críticos?

2
Las propuestas de los diversos autores del libro no sólo competen a la reformulación de teorías, métodos y temas de investigación antropológica. Apuntan directamente hacia los propósitos mismos de la ciencia y a un cambio del interés técnico-instrumental (según términos de Habermas) de la antropología en México, a un interés crítico. Del ya citado dictum de Gamio sobre la ciencia para el buen gobierno, pasamos a la “antropología crítica”. Se trata de todo un cambio en el sentido de hacer antropología. Ahora la antropología debe tener una vocación enfáticamente crítica: a partir del análisis social y cultural, debemos criticar las condiciones de injusticia social y de dominación.
¿Persiste aún el interés crítico en la antropología mexicana, o acaso nos encontramos sólo con nuevas formas de intereses técnico-instrumentales o comprensivos-hermenéuticos?, ¿cómo estamos actuando ante las políticas neo-conservadoras y los diversos brotes de violencia que están afectando al país?

3
Encontramos un desplazamiento en lo que, desde ciertas perspectivas posestructuralistas y textualistas, podemos denominar la “autoridad” del antropólogo: junto al interés crítico del conocimiento antropológico, se postula también que se escuche la voz del “otro”, particularmente la de los indígenas y los dominados. Ya no se trata únicamente de discutir cuál modelo o enfoque teórico resulta más adecuado para resolver el “problema indígena”, sino sobre todo que los indígenas también tomen decisiones sobre los procesos que les afectan. Años más tarde, esta posición daría lugar a toda una reorientación de la política indigenista (o al menos en el discurso indigenista).
¿Hasta qué punto, y en qué sentido, ejercemos autoridad intelectual (si es que ejercemos alguna)? ¿Cuál es nuestro papel actual en la esfera pública, en las tomas de decisiones y en la opinión pública?, ¿cuál es la relevancia pública de la antropología en nuestros días?, ¿qué papel otorgamos a las voces de “los otros” en nuestros textos?, ¿aceptamos como “verdaderas” y “correctas” las voces de los otros simplemente por ser de “los otros”?

4
En el libro comienza a reconocerse, si bien no con meridiana claridad, que la antropología en los países del Sur (“subdesarrollados” o “neocoloniales”, según expresiones del libro) presenta características diferentes a la antropología de los países del Norte. Se aprecia que en los países subdesarrollados no se le otorga a la ciencia un papel importante para la toma de decisiones sociales, políticas, económicas y culturales, y que, por lo tanto, lo más común es “importar” teorías desde el Norte, sin reflexionar siempre sobre la pertinencia o adecuación de dichas teorías a nuestra realidad. También se advierte que, a diferencia de las antropologías del Norte, en las antropologías del Sur nuestros “espejos” no son “otros” lejanos, sino “otros” muy cercanos: las poblaciones indígenas del país. Los autores del libro no abordan con mayor detenimiento las implicaciones y posibilidades de dichas características. Pero a partir de diversos estudios sobre “antropologías mundiales”, “antropologías del Sur”, “antropologías periféricas”, etc., sabemos que la difusión de teorías de un país a otros no siempre es una “transparente”: en el proceso de difusión también se dan importantes transformaciones teóricas (así como axiomáticas). En México, los casos de Andrés Molina Enríquez, Manuel Gamio y, especialmente, Gonzalo Aguirre Beltrán, son por demás ilustrativos y sugerentes.

5
En cuanto a cuestiones teóricas y metodológicas, uno de los mayores puntos en común de los cinco autores del libro es que el análisis antropológico no se puede restringir al estudio de comunidades indígenas. Tiene que ser, ante todo, el análisis de la sociedad global, de sus complejas conexiones e interrelaciones, incluyendo a los diversos sectores que la constituyen.
Este análisis global resulta necesario no sólo porque se han desatendido diversos sectores de la población nacional, sino también porque las poblaciones indígenas no pueden entenderse sin atender a estructuras de poder y económicas más amplias. Del mismo modo, el enfoque no puede ser sólo “cultural”; se propone ante todo un enfoque “materialista” que dé cuenta de las relaciones de producción, de las contradicciones de clase, ya que, se argumenta, el problema indígena no es de diferencia cultural, sino de explotación colonial.[4]
            Los dos cambios de enfoque presentan diversas interrogantes. Por un lado podemos preguntarnos: ¿Si nuestro análisis debe centrarse en el estudio de la sociedad global y sus diversos aspectos sociales, políticos y económicos, en qué se distinguirá de los análisis de la sociología, ciencia política y economía?, ¿hay algo que caracterice y distinga el análisis antropológico?, ¿acaso importa la distinción misma? Me parece que son pocos quienes han atendido estas preguntas[5], pero no son interrogantes menores, no sólo en términos epistemológicos y metodológicos, sino también del ejercicio profesional de la disciplina. Por otro lado, queda la pregunta: ¿realmente es tan superficial la diferencia cultural para el análisis de las poblaciones indígenas y otros sectores poblacionales? Desde luego pienso que no. Pero creo que sí debemos considerar cómo reconocer la importancia de la diferencia cultural sin reificarla ni esencializarla. Sobre todo, ¿cómo entender la relación entre diferencia cultural, desigualdad socioeconómica y desconexión?[6]

6
Una de las tareas más urgentes de acción política planteadas en el libro es la de resolver las relaciones asimétricas-desiguales en las que se encuentran insertas las poblaciones indígenas. Sobre esto Bonfil fue particularmente enfático. Antes de tratar el tema de las autonomías indígenas, se necesitan condiciones de igualdad. Este punto resulta particularmente importante ante las actuales políticas multi e interculturales, de reconocimiento cultural y de autonomías. No podemos celebrar la diversidad olvidándonos de la igualdad y la justicia social. [7]

7
Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, los autores condenan al indigenismo tradicional. Creo que lo mencionado arriba me permite no detenerme en este punto.
¿Pero todo indigenismo resulta condenable?, ¿no acaso en la actualidad se sigue condenando al indigenismo muchas veces sin conocerlo (sus autores, obras, ideas)?, ¿debemos olvidar décadas de reflexión teórica y acción política? ¿No corremos el riesgo de, cómo se dice popularmente, arrojar la bañera con todo y el niño? ¿Acaso aún no podemos aprender algo del enfoque integral de Gamio, de la aproximación educativa-pragmática de Sáenz, del enfoque regional y centrado en la interculturalidad de De la Fuente, de la detección y análisis de los mecanismos de dominación de Aguirre Beltrán?
Comparto del todo el interés crítico de De eso que llaman antropología mexicana. Sobre todo mientras México siga siendo un país sumamente desigual. Por lo tanto, pienso que no debemos renunciar a la vocación de “responder a sistemas injustos de dominación, a iluminar problemas controvertidos, a confrontar un mundo social con nuevas perspectivas comunicativas”. Lo que ciertamente exige “una nueva imaginación teórica”.[8] Pero creo que debemos extender la crítica a los logros y errores a lo largo de nuestra historia y reflexionar detenidamente sobre qué podemos aprender de ellos. Y preguntarnos a qué le seguimos llamando “antropología mexicana”.



[1] Luis Vázquez León. 2002. Quo vadis Anthropologia Socialis?. Guillermo de la Peña y Luis Vázquez León, coords., La antropología sociocultural en el México del milenio. Búsquedas, encuentros y transiciones: 50-104. México: INI/Conaculta/FCE.
[2] Andrés Medina. 1983. Diez años decisivos. Andrés Medina y Carlos García Mora, comps., La quiebra política de la antropología social en México: 27-74. México: UNAM.
[3] Manuel Gamio. 1960 [1916]. Forjando patria. Pro-nacionalismo. México: Porrúa. P. 15.
[4] Pero no hay que pasar por alto los diversos estudios sobre los mercados y las relaciones económicas que a partir de ellos se establecían entre las comunidades indígenas (De la Fuente, Marroquín, Pozas). Precisamente estos estudios fueron una de las fuentes de inspiración para la teoría de Aguirre Beltrán sobre las regiones de refugio, donde pasa del análisis histórico-cultural al de la estructura social y los mecanismos de dominio a nivel regional. Y un análisis ya propiamente “global” que tomó en cuenta las estructuras de poder y económicas lo encontramos desde 1959 en el magnífico Sons of the Shaking Earth de Eric Wolf, enfoque que siguió cultivando y que culminó en su magistral Europa y los pueblos sin historia. Cfr. Gonzalo Aguirre Beltrán. 1991 [1967]. Regiones de refugio. México: FCE; Eric Wolf. 1959. Sons of the Shaking Earth. Chicago: University of Chicago Press.
[5] Por ejemplo, Esteban Krotz argumenta que la alteridad es la perspectiva distintiva de la antropología, y recientemente, John Comaroff ha analizado cinco operaciones epistémicas que distinguen a la antropología de otras disciplinas. Cfr. Esteban Krotz. 2004. La otredad cultural entre utopía y ciencia. México: FCE/UAM; John Comaroff. 2010. The end of Anthropology, again: on the future of an in/discipline. American Anthropologist 112 (4): 524-538.
[6] Estas cuestiones han sido abordadas teóricamente por Néstor García Canclini, Luis Reygadas, entre otros. Cfr. Néstor García Canclini. 2004. Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad. Barcelona: Gedisa; Luis Reygadas. 2008. La apropiación. Destejiendo las redes de la desigualdad. Barcelona: Anthropos/UAM.
[7] Luis Vázquez León. 2010. Multitud y distopía. Ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán. México: UNAM.
[8] Luis Vázquez León. 2002. Quo vadis…, p. 95.


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